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viernes, 14 de noviembre de 2008

¿Desescolarizar la sociedad?


Articulista Invitado: Avelino Reyes Pech

En un excelente artículo publicado recientemente a propósito del conflicto magisterial provocado por la imposición de la “Alianza por la Calidad Educativa”, el distinguido analista Javier Sicilia toca un tema privilegiado por los panegiristas del emblema pervertido de la globalización: la calidad certificada, como una entelequia monopolizada por el poder escolar que a su vez es el instrumento ideal para el control social. Nadie puede “saber” en tanto no posee un papel certificado por el monopolio escolar, porque así lo ha decretado la sociedad escolarizada, decreto que cada vez se convierte en factor de segregación porque los criterios aplicados son para satisfacer la demanda de un mercado que crece en proporción inversa al número, autonomía y capacidad de los seres humanos.

El texto a que me he referido va más allá de lo anecdótico y circunstancial; coloca en el plano de la reflexión la crisis de las instituciones y entre ellas, la escuela que ha dejado de servir a los fines para los que fue creada en el siglo XVII convirtiéndose con el tiempo en el monopolio de la enseñanza y factor de parálisis de la capacidad innata de aprender en contradicción con aquella expresión con que Aristóteles inició su primer libro de la metafísica: “Todos los hombres (no era tiempo de descubrir que también las mujeres) tienen naturalmente el deseo de saber” y que “Las capacidades de aprender se encuentran en todos aquellos (Y, claro, aquellas) que reúnen a la memoria el sentido del oído”

Desde comienzos de los años noventa –dice la educadora mexicana Justa Ezpeleta- movilizadas por un modelo de cambio educativo común a la región, las escuelas primarias mexicanas viven “en estado de reforma”, inundadas de programas, proyectos e innovaciones múltiples. Mientras las relaciones entre esas iniciativas no siempre son claras para directores y maestros, para su trabajo diario parecen aportar más problemas que vías de crecimiento profesional o institucional.
En los últimos años, la experiencia de apoyar la implantación de alguna innovación a la luz de la compleja institucionalidad de las escuelas, hizo pensar que implicaría el propósito de incidir en nuevas políticas que incluyeran también el cambio en las formas de gobernarlas, en la definición de sus relaciones internas de poder, en la configuración organizacional de la enseñanza y del aprendizaje, entre otras cosas. Hasta ahora, parece que nada de esto último ha sucedido, ni hay indicios de que estos asuntos alimenten prioridades de los responsables de la reforma educativa en el llamado nivel básico de la educación, enfocada más a lo adjetivo que a lo sustantivo.

Con ello se concede razón a los estudiosos en el sentido de que la escuela es el prototipo de las contradicciones que enumera Santos Guerra, entre ellas el hecho de que siendo una institución que pretende educar para los valores democráticos y para la vida (la paz, la solidaridad, la igualdad, el valor de la persona, la verdad etc,) persiste en una sociedad insolidaria, belicista, falsa y discriminadora y el autor español se pregunta ¿Cómo conjugar ambas pretensiones? ¿Cómo armonizar el objetivo de educar para la creatividad, el espíritu crítico y el pensamiento divergente –factores implícitos en la moda teórica de las competencias[1]- en una institución epistemológica y organizativamente jerárquica?; ¿cuándo el “círculo vicioso se cierra sobre sí mismo (dado que) quien tiene el poder selecciona el conocimiento (con todos los mecanismos que ello implica) quien selecciona el conocimiento tiene el poder y la escuela diseñada para ser una institución igualadora mantiene mecanismos que favorecen el elitismo por razones económicas, sociales, culturales y políticos como lo demuestra un estudio sobre vivencia escolar que patrocinó la Organización de Estados Iberoamericanos?. Dewey ya se refería en 1982 a la contracción de la cooperación democrática a la economía de mercado.

Serafín Antúnez, coincide con Santos Guerra y afirma que “la escuela es una organización que acoge a sus clientes por reclutamiento forzoso porque la escuela es un lugar cada vez menos atractivo e interesante para nuestros alumnos”; los estudios y la vida académica escolar se han devaluado porque no representan, como antes, el sostenimiento profesional ni la seguridad en el trabajo como poder atestiguar cientos de miles egresados que engrosan año tras año las filas de desocupados o consolados por empleos absolutamente ajenos a los estudios y experiencia obtenidos en una institución educativa

Frente a estos hechos, cómo contradecir con razón las afirmaciones de Javier Sicilia cuando nos recuerda a Ivan Illich quien en los años setentas postulaba “La sociedad desescolarizada” porque la escuela era ya precisamente una estructura injusta de segregación social. Díganlo si no los índices públicos sobre deserción, abandono y falta de cobertura escolares y el número de mexicanos que ni estudian ni trabajan pero sí en cambio abultan las cifras de desempleados o lanzados a los brazos de la delincuencia.

¿Ha llegado el tiempo de desescolarizar a la sociedad? ¿Tendremos elementos sustitutos para tomar para tal decisión? Por lo pronto creo que el conflicto magisterial provocado por las decisiones elitistas demanda la atención sobre algo más que la venta de plazas y las necesidades de infraestructuras físicas que como dice nuestro analista citado apenas ha emergido la punta del iceberg.

[1] Los subrayados son notas mías dentro de la cita.

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