Influenza e influencias

Por
Oswualdo Antonio González

En estos días, en las aulas, los maestros mexicanos se encuentran construyendo aprendizajes respecto de la crisis sanitaria desatada por el virus de la influenza A(H1N1); en una batalla titánica intentan explicar científicamente lo sucedido; nombran de otra manera la discriminación hacia aquellos que presentan “síntomas”; se responde a los cuestionamientos de que si la “influenza” es una invención de los grupos que están en la lucha por el poder político y lo último si es un virus inventando en un laboratorio.

Es un panorama que desnuda una contradicción básica del sistema de educación básica: en el discurso se le exige al maestro ser un profesional especializado en la enseñanza de conocimientos “base”, pero con esta crisis sanitaria se le pide ser un “superespecialista”. En el pasado se decía que el maestro, era el médico de los pueblos, el orientador moral y legal, en una palabra el motor para la transformación de las comunidades, una herramienta institucional de lucha contra los fanatismos. Con la transformación del plan de estudios de las normales, la formación se especializó en la didáctica, dejando de lado otras herramientas necesarias para el dialogo con otras realidades más allá del aula. Si el andamiaje institucional fuera coherente con el nuevo “perfil docente”, la discusión científica sobre la influenza en las aulas del país la debiera estar encabezando el sector salud, pero la cruda realidad es que el discurso se ha instalado en un país de primer mundo, pero su infraestructura sigue siendo de país en “vías de desarrollo”, no hay médicos o enfermeras que alcancen para cada escuela. Este precario servicio educativo que no contempla un servicio médico público por escuela, ha implicado que los maestros o padres de familia se constituyan en “filtros” en las entradas de las escuelas, con sólo un “instrumento científico”, su criterio para discriminar “síntomas” visibles de una enfermedad; dándose casos por ejemplo, de rechazo a “niños” con alergias. Lo que considero será un impacto social de largo plazo, es la estigmatización como herramienta de defensa ante enemigos públicos. La respuesta de la autoridad es absurda, más vale equivocarse que contagiarse. Parece como si la realidad y nuestras autoridades parodiaran la novela de Saramago “Ensayo sobre la ceguera”.

Como si la situación anterior no fuera suficiente, se incorporó la semana pasada a la agenda pública una discusión aparentemente menor, la autoridad educativa, anticipándose a las críticas de la opinión publicada, anuncia que el calendario escolar se amplía de manera proporcional a las suspensiones por la crisis sanitaria, pero entonces la estructura empresarial presiona en el sentido de que esto no es viable, ya que lo importante es “su recuperación financiera”. Ante esto la pregunta que queda en el aire es qué pesará más, la recuperación de la economía de algunos o la posibilidad de cumplir con el curriculum de educación básica. Así aunque aparentemente el calendario terminará el 14 de julio y no el 3, la última palabra no está dicha.

Finalmente, es necesario poner en la mesa de discusión pública dos temas: La Alianza por la Calidad de la Educación, la cual llega a su primer año con saldos negativos, prueba de ello es que diez entidades no la han firmado aún; otro tema es el impacto que tendrá en la formación institucional de las nuevas generaciones, la crisis política que actualmente está en pleno proceso de desarrollo. Ya habrá oportunidad de profundizar en estos dos temas.

Nos leemos el próximo sábado.