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sábado, 29 de agosto de 2009

LA CONDICION PARA EDUCAR


Escrito por: Avelino Reyes Pech

“La educación... ni empieza ni termina
en los territorios de la razón”.
Pablo Latapí

Un escueto comunicado del titular de la Secretaría de Educación Pública fue la reacción del gobierno federal con motivo de la muerte de Pablo Latapí Sarre acaecida el 3 de agosto de este año. No hubo desgarraduras de vestimentas ni oraciones fúnebres presidenciales; por supuesto el ilustre educador no era amigo del Presidente y el jefe del ejecutivo no creyó necesario o no tuvo tiempo de rendir honores “de cuerpo presente” ni mucho menos ceremonias de héroe civil en el Campo Marte del Ejército como en alguna ocasión ha sucedido. Tampoco se trataba de fotografiarse con algún privilegiado de los profesionales deportistas que las televisoras encumbran con el calificativo de selección nacional a sabiendas de no que no son ni lo uno ni lo otro.

Se ha hecho lo justo y debía ser así, como la vida de quien ahora ha muerto su cuerpo; como corresponde a un maestro, quien vendiendo su tiempo, inteligencia y trabajo, nunca aceptó vender su libertad de expresión, su agudeza crítica al poder y su independencia intelectual. Nunca, por tanto hubiera aceptado honores del gobierno si era a cambio de una conducta política de incondicionalidad como hay muchas y la pérdida de su autonomía intelectual. Al momento de redactar estas líneas, en diferentes lugares y pluralidad de grupos que lo conocieron por su cátedra, sus textos o su legado han llevado a cabo póstumos homenajes.

Como era de esperarse, hay coincidencia con quienes se han comprometido no en la fácil aunque importante tarea de la difusión de las aportaciones que hizo al país el educador formado en la “Compañía de Jesús”. Habrá que reproducir la conducta de quienes como él, nunca necesitó vivir del oropel de sus títulos académicos que tuvo muchos y dignamente merecidos. Su cercanía a algunos funcionarios de la educación pública y privada nunca los usó para buscar fama, nóminas o privilegios porque sabía bien que su papel era ser y hacer el contrapeso del poder político como la única forma de servir a la causa de la educación o para decirlo con las palabras de uno de sus discípulos “entender el mundo y criticarlo”. Promovió, dirigió y estimuló instituciones educativas y formó discípulos. Demostró durante cuatro décadas de investigación que la actividad educativa no es viable comprenderla y menos ejercerla si se aísla de sus relaciones con la economía, la política, la justicia y por encima de todo la equidad.

Clara lección para todos aquellos que promueven una educación mimética que enaltece un simple símil de proyecto industrial, comercial o técnico en una sociedad sumida en la pobreza de los más y la dominación de los menos. Artículos, libros, instituciones y tareas a las que Latapí dedicó su lúcida tarea compromete a quienes ejercemos o ejercimos la tarea docente y especialmente a quienes forman futuros educadores y a entender que la educación es necesariamente un proyecto político cuya condición es la equidad como esencia de la ética.

En 1995, Latapi escribió que “eficacia o moralidad, pragmatismo o conciencia, negociación de conveniencias o lealtad a los principios serán siempre dilemas difíciles en la práctica política; pero importa no perder nunca de vista el sentido último de las cosas” El nunca perdió el sentido de las cosas. No se puede, dice el refrán, estar en misa y andar en la procesión. No es compatible pues realizar la tarea de educar y perder la autonomía. Aplicar un programa escolar como un fin en sí mismo y ceder la autonomía que necesita el maestro es contradictorio a la profesión de educar. Formar e informar es un binomio indisoluble en la acción didáctica de los maestros. Entender y vivir la libertad de conciencia y de actitud frente a la inequidad social y económica es la primera condición para educar; es la forma de armonizar con “el sentido último de las cosas” el compromiso cotidiano y arduo de quienes quieran caminar con seguridad y ser digno al beso de sus hijos.

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